Del ocaso al amanecer 

25.03.2020

Lucas 24.13-35


Esa tarde de primavera no se parecía en nada a todas las demás. El sol rodaba lentamente hacia su ocaso y los tonos rojizos invadían poco a poco el cielo de Jerusalén. Mientras tanto ellos emprenden el viaje que los llevará a su hogar. Ambos llevan la mirada perdida. Sus ojos cargados llevan el peso de la angustia y el dolor. En sus fríos rostros se deja ver la marca indeleble de la frustración. La realidad los dejó sin ninguna posibilidad de ver sus sueños cumplidos. Pensaban que quizás toda esa ilusión fue solamente el resultado de una ingenua mirada de la vida, una mirada infantil que no les permitía ver lo evidente, lo real.

El polvo comenzó a levantarse aquella tarde seca cuando aceleraron el paso para llegar a tiempo a su aldea. Los esperaban dos horas de camino y debían apurarse si no querían que la noche los alcance.

No hicieron más que unos cuantos pasos hasta que ya no soportaron la catarata de pensamientos que fluía por sus mentes, y entonces rompieron el silencio. No había otro tema, no interesaba nada más en todo el universo. Sólo podían hablar de la tragedia. -¿Cómo es posible?- se decían. -¿Acaso nosotros, que hemos evadido cada falsa alarma que elevara nuestras expectativas, no hemos sido capaces de verlo?¿Cuántas noches enteras pasamos soñando despiertos, creyendo que por fin lo que tanto esperamos se convertiría en realidad?

La tragedia era justamente eso, la muerte de sus más altos anhelos. Era ver morir sus sueños tan cerca como quien ve morir a un ser amado entre sus brazos, o como quien ve desvanecer entre sus dedos aquello que sostiene con la fuerza de su mano. Ciertamente no vale la pena seguir soñando cuando todo terminó.

Sus palabras cruzadas iban y venían como flechazos que no hacían más que terminar de matar a estos pobres moribundos. Caminaban, pero ya no eran. Arrastraban los pies en el seco polvo oriental por la sola inercia que los empujaba, pero ya no había motivos para continuar. No estaban siquiera seguros de encontrar tampoco una razón para vivir.

Abstraídos por sus pensamientos no pudieron notar que alguien se les había unido a su caminar. Cortó de repente su monótona y desconsolada charla con una pregunta que los descolocó: -¿De qué están hablando?- Uno de ellos, todavía sorprendido por este inesperado acompañante de viaje, respondió con asombro por lo inusual de la pregunta. -¿Acaso eres la única persona en este país que no sabe lo que aconteció?- El misterioso viajero buscando, al parecer, descolocar aún más a sus interlocutores responde: -¿Qué aconteció?

No importaba ya si este desorientado viajero desconocía los hechos. Esa pregunta era en este momento una pequeña salida por donde podrían fluir sus más profundos sentimientos. Comenzaron a contar todo lo sucedido. Cada palabra evidenciaba el dolor que traían en sus almas. Los silencios, los suspiros y hasta las lágrimas invadieron su melancólico relato. Era una narración cargada de fatalidad.

Pero de pronto, este aparentemente despistado viajero se convierte en el orador. Ahora es él quien toma la palabra y comienza a hablarles como habla la gente que sabe de lo que está hablando. Ese tipo de persona cuya autoridad sobre la materia se deja ver desde el mismo instante en que abre su boca. Permanecieron escuchando con suma atención cada frase que les decía.

El tiempo se desvaneció mientras escuchaban al viajero. Ni siquiera se dieron cuenta que habían terminado el recorrido. Cuando por fin entendieron que había concluído el viaje y debían separarse de este enigmático personaje, no pudieron hacer otra cosa más que rogarle al unísono que se quedara, No podían permitir que este momento se acabara. Había algo en él que lo hacía extraordinario. Eran esas palabras que llegaban hasta el alma. Era esa forma de hablar que lograba de alguna extraña manera meterse en lo más recóndito de su ser. Pero lo más increíble de su persona era esa capacidad de devolverles la esperanza. Ya no sentían el frío desconsuelo que momentos atrás los agobiaba. Ahora sentían algo nuevo.

Porfiaron con él hasta obligarlo a quedarse. No pudo resistirse ya que el entusiasmo con el que lo invitaban era tan fuerte que nadie pudo haber hecho lo contrario. Ya dentro y a resguardo de la oscuridad de la noche compartieron un tiempo especial, distinto. Un momento único.

Al sentarse a la mesa hubo un abrupto e inesperado cambio de roles. El hospedado se convirtió en el anfitrión. Tomó el lugar de padre de familia. Al convidarles la cena un huracán de sensaciones se apoderó de ellos. Un universo de poderosos sentimientos invadieron todo su ser. Nunca habían sentido una experiencia igual. De pronto todo lo bueno de la vida se condensó en un solo instante. Toda la maravilla que puede existir vino a posarse sobre sus almas. Sus viejos sueños, destruidos por la tragedia, habían quedado en el olvido. El sabor de algo nuevo los tenía extasiados.

Ahora sí, ahora sí podían entenderlo todo. Ahora sí comprendieron por qué ardían sus corazones mientras les hablaba. Ahora sí entendieron por qué sus antiguos anhelos ya no importaban. Ahora sí tenían esperanza verdadera. Ahora sí lograron descubrir Quién fue ese entrañable Acompañante, Anfitrión, Padre y Maestro. Ahora sí pudieron entender que se habían encontrado con Jesús.


Pedro Álvarez.

                                                                              


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